Las matanzas no han dejado de marcar la historia humana. El siglo XX conoció no solo su extensión sino su industrialización en acontecimientos que persisten, pese a todo, en ostentar la marca de la insensatez. Por su dimensión, fue preciso acuñar un nuevo término, genocidio, que designa la eliminación de un pueblo esgrimiendo justificaciones de raza, nacionalidad, religión, política. En su fundamento, sin embargo, es usual encontrar además “motivaciones” de carácter económico. Al menos 10 genocidios de grandes proporciones ocurrieron durante el siglo pasado, de allí la pregunta por si fue el más mortífero que haya vivido el hombre.

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El genocidio del pueblo palestino por parte del gobierno israelí se ejecuta a la luz del mundo entero; cuenta con la anuencia, beneplácito y apoyo de los gobiernos más poderosos del planeta; ocurre con pleno desconocimiento de los acuerdos internacionales establecidos después de la II Guerra Mundial; hace patente la inoperancia de los organismos multilaterales. Se trata de una respuesta desorbitada a los asesinatos y secuestros de población civil cometidos por el grupo Hamás, años atrás aupado por el mismo gobierno israelí. Esta respuesta apunta a la destrucción de un pueblo: de allí que mujeres y niños también sean su blanco. Sus “motivaciones” económicas y los cálculos implicados comienzan a revelarse.

 

Este genocidio porta la marca de nuestra época: el cinismo. Poco o nada importa que se sepa que se está arrasando con un pueblo, en una avanzada colonialista que lleva más de siete décadas fraguándose. Entre tanto, para el resto del orbe, ya no es posible decir, como ante otros genocidios, que “no lo sabíamos”. Porque lo sabemos, decidimos hacer parte de todos aquellos que, en distintos lugares del planeta, manifiestan su repudio a la barbarie del gobierno israelí contra el pueblo palestino.

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No estamos solo ante la evidencia de un empuje mortífero e inapelable que habita al ser humano. Estos acontecimientos, que revelan una vez más la actualidad sombría del campo de concentración, son el resultado de un discurso construido históricamente, que ha desanudado los elementos que forjan y sostienen la vida humana y la cultura. Estamos ante el desborde de una tendencia que elimina las posibilidades de convivencia, difícil pero posible, entre personas y entre pueblos. Las extralimitaciones cometidas, acicateadas por un vozarrón que pide más destrucción, extienden su onda expansiva de la manera más cruda sobre la vida humana. La vieja retórica de animalización se disemina, de nuevo, para justificar el “exterminio” de los palestinos, su eliminación, su borrón del mapa. La acción humana ha desencadenado las brutales manifestaciones a las que hoy nos enfrentamos. La acción humana, cuyo principio es la palabra, también puede hacer lugar a un pacto posible para que la matanza deje de ser regla, allí donde el conflicto es insoslayable.